ASTURIAS, ENTRE EL CIELO Y EL MAR.
Asturias patria querida, es el comienzo del himno de esa comunidad autónoma española. Es uno de los talismanes de los asturianos, junto con la Santina, la sidra y las fabes, y claro, con Fernando Alonso.
Yo conocÃa Galicia, Cantabria y PaÃs Vasco, asà que del norte, sólo me quedaba lo que muchos me decÃan era lo más hermoso, por lo que ese puente del 1 y 2 de mayo me hacÃa verdadera ilusión.
Salimos de Madrid el sábado por la mañana. Este año es especialmente verde, verde oliva, que mezclado con el blanco de las jaras en flor y el lila de la lavanda, forman una alfombra que uno no se cansa de mirar.
Atravesar la cordillera cantábrica es ahora bien fácil por los túneles que la atraviesan. Justo al atravesar el último, te encuentras con un gran cartelón que te indica:” Principado de Asturias”, pero verdaderamente no hace falta el cartel, uno se da perfecta cuenta de que eso ya no es la meseta castellana. Las montañas, las vacas, las casas, todo es diferente, incluso el verde, que pasa de oliva a esmeralda.
Oviedo, donde las campanas tañen el himno.-
Mi primera impresión sobre Oviedo, es que el nombre de Vetusta le va muy bien por su aire antiguo y un poco melancólico, decimonónico. Pensé que Fortunata y Jacinta iban a girar por cualquier esquina. De repente, algo me hizo contener la respiración, tañÃan las campanas, pero no era un son corriente, era el “Asturias, patria querida”, himno asturiano que hasta a los foráneos nos pone la carne de gallina.
Me gustan estas ciudades que huelen a leña, a heno y a sal. El casco antiguo alrededor de la catedral, (gótica, con su cámara santa), está constituido por callejuelas donde imperan las sidrerÃas. La sidra, bebida nacional asturiana, es un arte escanciarla y beberla. Para los que me lean desde fuera de España, os cuento que se usan vasos altos y anchos. Se agarra la botella con la mano derecha, lo más alto posible, y el vaso con la izquierda, lo más bajo posible. Asà se echa la sidra para que esté bien oxigenada; se ha de tomar fresca, que no muy frÃa, y a “culines”. Dicen los asturianos que si no se toma asÃ, no sabe igual.
Ciudad culta donde las haya, sede los premios PrÃncipe de Asturias, cruce de caminos en el peregrinaje a Santiago de Compostela. Pero si hay algo que verdaderamente me impresionó fueron Santa Maria del Naranco y San Miguel de Lillo, verdaderas joyas del románico astur, ambos, junto a San Julián de los Prados declarados Patrimonio de la Humanidad.
La costa. Donde el azul se funde con el verde.-
Gijón es la ciudad marinera, la que se abre al ancho y azul Cantábrico. Fundada en el sigloV aún conserva restos de las termas romanas. Ciudad amplia y simpática cuya vida marinera gira en torno al padre Cantábrico. Segunda ciudad del principado, rival de Oviedo, no sólo en lo futbolÃstico, por lo que me contaron. Pero para mi incomparable con aquella. Dos estilos de ciudad diferentes pero complementarios, de manera que serÃa imperdonable ir a Asturias y no visitar las dos. Mi idea fue de una ciudad joven y vital.
Seguimos la costa por carretera hacia el oeste. Tengo que decir que a pesar de su fama, el clima nos respetó, y el sol brilló todos los dÃas. El dÃa era tan luminoso, tan transparente que no se sabÃa donde terminaba el verde esmeralda de las montañas que caÃan hacia el mar, y donde comenzaba el azul verdoso del Cantábrico. La costa es de muchos acantilados en los que choca el mar.
Nos habÃan recomendado un lugar para comer, Cudillero, pueblo pescador. Fue una auténtica sorpresa. El pueblo se formó alrededor de una bahÃa estrecha, sobre la que las montañas se precipitan de una manera bastante abrupta. En consecuencia, el pueblo se formó a base de terrazas superpuestas que van ascendiendo por la ladera de la montaña. Cada casa a cual más pintoresca.
En cuanto a la comida, ¿Qué se puede contar de la comida asturiana? El marisco, el pescado, la fabada, las fabes con almejas, el arroz con leche, y tantos y tantos platos que la convierten en una de las mejores cocinas del mundo. Y en Cudillero fue algo increÃble, comimos marisco hasta hartarnos.
Luarca, donde tuve envidia de los muertos.-
Después de comer, más paseo en coche, por la costa, hasta que vi una cancela de hierro forjado, la gente pasaba, como si estuviera de romerÃa. Yo veÃa el mar al fondo, pero mi curiosidad me venció. Paré el coche, y atravesé la cancela. Lo que vi me dejó absolutamente alucinada. Era el cementerio. La gente iba a ver a sus seres queridos, y también lo visitaba como un lugar turÃstico, y la verdad merece la pena una visita. También a modo de terrazas superpuestas que van bajando hacia el mar, a modo de calles, van alineándose las tumbas y panteones, algunos, verdaderas obras de arte. La sensación de paz es indescriptible, en ese momento me acordé de Serrat, y su canción, Mediterráneo: “Entre el cielo y el mar, quiero tener buena vista”. Desde luego, los muertos de Luarca, disfrutan de paz, y buena vista.
Una aventura por el interior. Covadonga y los lagos. El peso de la historia.-
Tomamos carretera hasta Cangas de OnÃs. Desde ahà iniciamos el ascenso a los lagos. La carretera se va estrechando, hasta que llega un punto en que parece milagroso que puedan pasar por ahà dos coches, lo malo es que un lado es pared de la montaña, y el otro es precipicio, pero el ascenso, por peligroso que parezca, merece la pena. Yo no tuve suerte, habÃa niebla, pero lo que pude “adivinar” se me antojó maravilloso.
Sin embargo, Covadonga se nos mostró luminoso, y muy hermoso. La basÃlica entre las montañas, y a un lado la gruta donde apareció. También la tumba de don Pelayo, primer rey cristiano, iniciador de la reconquista. La sensación que te tiene es de sentirse un enanito, aplastado por el peso de la historia.
De bajada, un paseo por Cangas de OnÃs, una visita al puente romano, reponer fuerzas con una buena fabada, y otra vez al coche.
Ribadesella, donde habitan los duendes.-
Llegamos a Ribadesella, otro puerto pesquero, con olor a salitre y brea. Playas preciosas de arena dorada, circundadas de sólidos palacetes de indianos, aquellos que un dÃa dejaron su Asturias natal en busca de mejor vida en América, y volvieron millonarios al cabo de los años. Pero eso no fue lo que realmente me fascinó. HabÃa algo en el ambiente de ese pueblo que era mágico, la luz del atardecer tornaba el aire en anaranjado, cuando fui a pasear por el malecón, y entonces fue cuando lo vi. A lo largo de ese malecón, hay unos carteles que te van informando sobre la mitologÃa asturiana. Brujos, brujas, duendes y demás seres fantásticos habitan esas tierras. IncreÃble la mitologÃa asturiana. Ojalá no se pierda esa tradición.